Siguiendo por esa ruta del legado
que nuestros antepasados nos dejaron, era obligado visitar alguno de los muchos
corrales que ha habido en Higueras.
Según nos cuentan llegaron a haber aproximadamente una docena (a parte
de los bajos de las casas en los que también se solía guardar animales), la
mayor parte de ellos en la partida de Chilellas, que se encontraban en uso y
perfecto estado hasta el año 1936. Durante
la Guerra Civil buena parte de ellos fueron destruidos por las tropas para
utilizar los materiales con los que estaban construidos.
De todos los corrales que hay en
el término, el que mejor se conserva es el conocido como “Corral de Chilellas”,
porque fue de los últimos que se usaron
para guardar el ganado. Los muros que conforman
el recinto siguen en pie, así como una parte del tejado que servía para
resguardarse de las inclemencias del tiempo. Se trata de una construcción en
arcos, varios de ellos asentados sobre la roca que surge del terreno, la
cubierta está realizada con troncos de madera que sujetan un entramado de cañas
sobre el que se ubican las tejas, y las paredes fueron levantadas con piedras
colocadas buscando su encaje perfecto.
Está claro que el pasado de
Higueras, su economía y la supervivencia de sus habitantes se basó en la
agricultura, la ganadería y la silvicultura.
Cuando la industrialización llegó a nuestro País, las fábricas se localizaron
preferentemente donde había núcleos importantes de población y buenas vías de
comunicación. Eso hizo que
progresivamente las familias fueran emigrando hacia las ciudades buscando
trabajo y otra calidad de vida que en un entorno rural era difícil de conseguir. La electricidad dentro del hogar y el agua
corriente, por ejemplo, llegaron mucho antes a las ciudades que a los pueblos.
La labor pastoril de cuidar de los
rebaños era realizada principalmente por los hombres, aunque a veces, cuando
las circunstancias lo exigían, también les tocaba a las mujeres y/o a los
niños.
Si un pastor no tenía corral
trataba de llegar a un acuerdo con el propietario de uno que no tuviera ganado. Un bien muy preciado en aquellos tiempos era
el excremento que producían los rebaños.
Tanto es así que el pastor, como pago del “alquiler”, le entregaba al
propietario la mitad del estiércol generado.
Si mientras estaba ocupando el corral se debía “echar cama”, que
consistía en revestir el suelo de
hojarasca para que los animales tuvieran un catre más seco, lo hacían
entre los dos, pastor y propietario, porque al final eso favorecía la
producción de más cantidad de abono, cosa que beneficiaba a los dos.
Hay que destacar la importancia de
la labor de limpieza que efectuaban los rebaños que, mientras se alimentaban, iban
eliminando la vegetación de sendas y pasos, clarificando terrenos en los que
hoy, por su ausencia, se nos hace difícil transitar.