lunes, 7 de julio de 2014

El Corral de Chilellas

Siguiendo por esa ruta del legado que nuestros antepasados nos dejaron, era obligado visitar alguno de los muchos corrales que ha habido en Higueras.  Según nos cuentan llegaron a haber aproximadamente una docena (a parte de los bajos de las casas en los que también se solía guardar animales), la mayor parte de ellos en la partida de Chilellas, que se encontraban en uso y perfecto estado hasta el año 1936.  Durante la Guerra Civil buena parte de ellos fueron destruidos por las tropas para utilizar los materiales con los que estaban construidos.


De todos los corrales que hay en el término, el que mejor se conserva es el conocido como “Corral de Chilellas”,  porque fue de los últimos que se usaron para guardar el ganado.  Los muros que conforman el recinto siguen en pie, así como una parte del tejado que servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo. Se trata de una construcción en arcos, varios de ellos asentados sobre la roca que surge del terreno, la cubierta está realizada con troncos de madera que sujetan un entramado de cañas sobre el que se ubican las tejas, y las paredes fueron levantadas con piedras colocadas buscando su encaje perfecto.


Está claro que el pasado de Higueras, su economía y la supervivencia de sus habitantes se basó en la agricultura, la ganadería y la silvicultura.  Cuando la industrialización llegó a nuestro País, las fábricas se localizaron preferentemente donde había núcleos importantes de población y buenas vías de comunicación.  Eso hizo que progresivamente las familias fueran emigrando hacia las ciudades buscando trabajo y otra calidad de vida que en un entorno rural era difícil de conseguir.  La electricidad dentro del hogar y el agua corriente, por ejemplo, llegaron mucho antes a las ciudades que a los pueblos.


La labor pastoril de cuidar de los rebaños era realizada principalmente por los hombres, aunque a veces, cuando las circunstancias lo exigían, también les tocaba a las mujeres y/o a los niños.


Si un pastor no tenía corral trataba de llegar a un acuerdo con el propietario de uno que no tuviera ganado.  Un bien muy preciado en aquellos tiempos era el excremento que producían los rebaños.  Tanto es así que el pastor, como pago del “alquiler”, le entregaba al propietario la mitad del estiércol generado.  Si mientras estaba ocupando el corral se debía “echar cama”, que consistía en revestir el suelo de  hojarasca para que los animales tuvieran un catre más seco, lo hacían entre los dos, pastor y propietario, porque al final eso favorecía la producción de más cantidad de abono, cosa que beneficiaba a los dos.


Hay que destacar la importancia de la labor de limpieza que efectuaban los rebaños que, mientras se alimentaban, iban eliminando la vegetación de sendas y pasos, clarificando terrenos en los que hoy, por su ausencia, se nos hace difícil transitar.