Hola
amigos!!!
Ya
estamos en la recta final de la Semana Santa, pero no quería dejar
pasar la ocasión sin publicar una entrada sobre cómo eran antaño
estas fiestas.
La
Semana Santa ha sido, es y
será una fiesta religiosa
por excelencia donde rememoramos la llegada de Jesús a Jerusalén
(Domingo de Ramos), su Última Cena con los Doce Apóstoles, su
prendimiento y muerte (Jueves
Santo), y
tras dos días de recogimiento, de incertidumbre y tristeza, su
Gloriosa Resurrección. Semana de misterio y fe donde se conjugan un
montón de sentimientos. Asimismo estos días asistimos al final del
invierno y le damos la bienvenida a la primavera.
Cuentan
nuestros mayores que, antiguamente, el Domingo de Ramos se celebraba
el inicio de la Pascua plantando un pino en la plaza. Ese mismo día
tenía
lugar una misa donde era tradición acudir con una rama de olivo o de
laurel para ser bendecida. Hoy en día la costumbre es bendecir una
palma o palmón que regalan los padrinos, y que ha hecho que este día
también sea conocido como el “día de la palma”.
Durante
esta semana es típica la elaboración de torrijas. Es un alimento
de origen humilde que se preparaba con ingredientes básicos como:
pan duro, leche, azúcar, aceite y huevos, y que saciaba rápidamente
al comensal. Hoy en día se han hecho muchas innovaciones y se hacen
múltiples variedades de este exquisito manjar.
El
Viernes Santo era pecado comer carne y todo el mundo lo respetaba. Tampoco se podía disparar
ningún arma de fuego, y las escopetas debían colocarse con el cañón
apuntando al suelo. Estos
días también se evitaban ruidos y música en señal de respeto por
la reciente muerte de Jesús.
El
Domingo, las campanas de la Iglesia repicaban alegres anunciando la
Resurrección, y acto seguido se realizaba una misa para celebrarlo.
El
Lunes de Pascua tiene lugar otra tradición alimentaria, que también
perdura en la actualidad y que simboliza el fin de las abstinencias
propias de la Cuaresma. Se trata de la Mona de Pascua, que los
padrinos regalaban, y regalan, a sus ahijados. Las tradicionales
eran redondas, elaboradas con masa de bollo en la
que se insertaban uno o dos huevos duros tintados, y se espolvoreaban
por encima con anisitos de colores. Como curiosidad me cuentan que, para teñir los huevos, los hervían junto a un trocito de tela, que
destiñera, del color que querían utilizar,
que normalmente era el rojo.
Lo
normal era irse a comer la mona a la Fuente de la Salud o al corral
del “Tío Roete”, y el ritual establece que el huevo duro debe
romperse en la frente de otra persona.
“Un
hombre completamente inocente se ofreció a sí mismo por el bien de
otros, incluidos sus enemigos, y asumió la redención del mundo. Fue
un acto perfecto.” (Mahatma
Gandhi)